DeFi: y se hizo la luz

“Y dijo Dios: Hágase la luz; y la luz se hizo” Génesis, 1:1

En 2009 Satoshi dios Nakamoto inventó una suerte de dinero electrónico llamado bitcoin.

Poco podía imaginar, de seguro, que su genial propuesta iba a prender la mecha de la -posiblemente- mayor revolución económica en siglos.

Algunos illuminati vieron esa luz, e invirtieron en bitcoin y, posteriormente, en otras criptomonedas con las que no pocos ganaron mucho dinero.

Ese dinero ganado, junto con aquel otro que no había llegado a tiempo de comprar por céntimos lo que ya valía miles, pululaba por el el ecosistema allá por el año 2017, en manos de inversores no profesionales, pequeños especuladores, techies… con apetito por arriesgar, apostar y subirse a los nuevos bitcoins . No faltaron emprendedores que, al calor de esa ola de liquidez en la digitalización del valor se lanzaron a captar fondos para sus proyectos , emitiendo sus propias monedas, o tokens, en lo que se dio por llamar, análogamente a las analógicas IPOs, ICO (Initial Coin Offering = oferta pública de monedas), y buena parte de ese dinero que buscaba más dinero fue a parar ahí. Muchas de esas empresas fracasaron, como fracasan la mayoría de las startups en otros sectores, y sus inversores perdieron su dinero, hecho que contribuyó a aumentar la -a veces justificada- mala prensa que ya arrastraban las cryptos:  estafa, evasión de impuestos, pago del tráfico de drogas y la trata de blancas y otras muchas lindezas. Fue un gran fiasco.

1Sin embargo, algunas empresas continuaron y sentaron las bases de un vibrante ecosistema de innovación económica y financiera basado en las premisas del bueno de Nakamoto: descentralización, transparencia, inmutabilidad… al tiempo que las entidades financieras no eran capaces de ofrecer productos interesantes, en parte por la fuerte regulación post-crisis financiera y en parte por la dificultad de las grandes corporaciones para innovar e incorporar nuevos y más arriesgados productos. Hoy no es difícil que, si alguien va a una oficina bancaria, el director le trate de colocar no ya un plan de pensiones o un seguro, sino un móvil o un televisor.

En ese orden de cosas, alguien cayó en la cuenta que para crear productos financieros más allá del trading o el hodl se necesitaban criptoactivos estables, para evitar la fuerte volatilidad que sufren las criptomonedas, de forma que aquellos que no quieren estar sujetos a dicho riesgo, tengan la opción de posicionarse en estas stable-coins y puedan, por ejemplo, prestárselas a otro que sí quiere arriesgarse, tomando el dinero prestado e invirtiendo en otros activos más rentables. Esta es la base de los mercados financieros: alguien está dispuesto a llegar a un acuerdo con otro sobre una posición contrapuesta, basado un sistema de incentivos económicos: liquidez, apalancamiento, riesgo, rentabilidad… Ojo: estamos hablando de bitcoin, ethereum y de ERC-20s, ¡no de dólares o euros!

Así pues, el acontecimiento más sexy desde 2019 en el mundo blockchain / bitcoin es sin lugar  a dudas las finanzas descentralizadas o DeFi.

Éstas parecen llamadas a revolucionar la forma en la que los ciudadanos van a gestionar su riqueza de forma que, gracias a la digitalización del valor y del dinero y a una forma creativa de estructurar productos financieros, cualquier persona -con cualquier capacidad inversora- es capaz de, sin tener que recurrir a sistemas tradicionales, hacer inversiones o pedir préstamos,  eso sí, para bien o para mal, haciéndose responsables de su propio dinero. Habrá muchas personas que prefieran que su riqueza la gestione el banco o el estado, y esto es respetable. Pero ahora hay alternativas para los inquietos.

Pongamos un ejemplo: supongamos que tenemos cierta capacidad de ahorro y decidimos no dejar en manos de los bancos la gestión de este dinero. Podríamos comprar, con esos ahorros, criptomonedas. Alguien dirá: “no quiero hacerlo porque está sujeto a una volatilidad que no estoy dispuesto a asumir”. Y dice bien. Para eso se creó, por ejemplo, DAI: una criptomoneda estable cuya cotización va a estar, céntimo arriba, céntimo abajo, rondando siempre un dólar. ¿Cómo es esto posible? Siendo respaldada por otra crypto (ETH) y con un ingenioso sistema de incentivos que hace que los tenedores compren o vendan según determinados patrones con el resultado de que valga siempre un dólar. ¿Magia? No: economics y creatividad.

Una vez tenemos los DAIs, ya podemos desarrollar nuestra estrategia inversora: apalancarnos, exponernos, prestar, liquidez, invertir.

Todo ello con otra novedad absolutamente disruptiva: no hay terceras partes de confianza que actúen como custodios de nuestro dinero. El dinero está siempre en nuestras manos, siguiendo las reglas de smart-contracts transparentes y contrastables. Aquí la ley es el código.

Lo único que va a regir el comportamiento de nuestra riqueza es lo que diga un contrato inteligente -es decir, el código – por lo que todo lo que va a pasar es perfectamente previsible, público y comprobable, sin riesgo de contraparte y minorando los intermediarios y los costes transaccionales. Es, indiscutiblemente, un sistema más eficiente que el tradicional.

El ecosistema crece día tras día, pues al tratarse de aplicaciones y capas de código abierto, cualquiera puede trabajar sobre las ya existentes, configurando una batería de aplicaciones financieras vinculadas unas con otras, a modo de LEGO, en lo que parece un proceso cuyo único límite es la imaginación.

Es este un bebé que apenas está gateando. Los sistemas descentralizados son, todavía, difíciles de manejar para el inversor medio. De hecho, grandes compañías de este ecosistema (Coinbase, Binance…) están ofreciendo productos similares en entornos más asequibles, a costa de la descentralización: not my keys, not my money. Pero este es, sin duda, un gran incentivo para que las propuestas más descentralizadas – como dios manda- mejoren su propuesta de valor y universalicen la promesa revelada del DeFi: la democratización de la gestión de la riqueza y del valor.

José García Caballero.

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